Cómo pagar las deudas y no endeudarse nunca más
En 2008, llegó la crisis financiera. Mi marido, que había trabajado en el sector bancario durante muchos años, había montado su propio negocio. Tenía dos oficinas y varios empleados a su cargo. Cuando empezó la crisis, los bancos de repente redujeron el flujo de financiación y, como consecuencia, su negocio se vio afectado.
Nosotros disponíamos de varios créditos (para un coche, material y equipos de oficina, muebles, etc.). Mi salario por aquel momento se destinaba prácticamente a los gastos diarios de nuestra familia (éramos 4). No teníamos ningún tipo de plan presupuestario doméstico; el dinero que ganábamos, lo gastábamos muy rápido.
Para ir pagando las deudas, mi marido (sin consultarme) siguió solicitando nuevos préstamos. Cada mes, generaba más deudas. Estaba bloqueado y no aceptaba que las cosas empezaran a ir mal. Aun así, él confiaba en que la situación mejoraría. No obstante, llegó un día en el que tuvo que despedir a sus empleados y cerrar sus oficinas, pero se negaba a cerrar la empresa. Yo, por mi parte, solo me fui enterando de nuestros problemas con las deudas a través de personas que me visitaban para reclamarme el dinero: empezamos a recibir llamadas, cartas y avisos.
Se nos empezaron a acumular los problemas y la deuda no paraba de aumentar. Todas nuestras conversaciones sobre cerrar el negocio y buscar otro trabajo caían en saco roto. Mientras tanto, no contestábamos las llamadas y evitábamos hablar con las empresas de recobro de deudas.
La cosa siguió empeorando: nos tuvimos que mudar a casa de mis padres, dado que no éramos capaces de pagar el piso, y tuvimos que vender los coches. Mi marido vivía en otra dimensión: seguía negando la realidad y no la aceptaba. Todo fue a peor cuando embargaron parte de mi salario; sentía que era el fin del mundo y me invadió la impotencia. Necesitaba con urgencia que alguien me asesorara legalmente.
El apoyo de mis amigos fue vital: en momentos de verdadera desesperación me desahogaba con ellos. Durante los últimos cinco años, mi marido y yo hemos derramado muchas lágrimas, nos ha invadido por completo la negatividad, la tristeza o la pena y también ha habido discusiones y remordimientos.
Sin embargo, hubo un punto de inflexión: llegó un día en el que decidimos adoptar otro enfoque. Empezamos a gastar solo en lo necesario y acordamos cuáles eran las prioridades. Nos pusimos en contacto con la empresa de recobro y acordamos condiciones de pago de la deuda. Ya no nos vamos de vacaciones; solo enviamos a nuestros hijos a campamentos de vez en cuando. Intentamos ahorrar cada día y hacer un uso racional de nuestros ingresos. Con los pequeños pasos que hemos ido dando, hemos ido pagando los créditos. Ahora siempre llevamos un registro de los gastos: qué, dónde y cuándo debemos pagar. Intentamos mirar al futuro con optimismo: llegará un día en que pagaremos el último céntimo al banco y podremos liberarnos de las deudas para siempre.