Vence los miedos y afronta tus deudas
Todo empezó así: solicité un primer crédito, que destiné, en parte, para pagar gastos imprevistos. Lo gasté en dos meses. Obviamente, venía junto con una tarjeta de crédito que no pude rechazar. Pagué las cuotas a tiempo y, por ello, el banco me ofreció ampliar el crédito. Intenté rechazarlo, ya que nunca lo había solicitado, pero sucumbí a la tentación. Siendo completamente inconscientes de nuestros actos y las posteriores consecuencias, mi mujer y yo empezamos a usar las tarjetas. Gastábamos sin pensar. La excusa que poníamos para todo era que podíamos permitírnoslo, así que empecemos a exprimir hasta el último centavo de las tarjetas.
Al poco tiempo, empezó a faltar el dinero, así que solicité un nuevo préstamo para pagar los anteriores y el crédito de las tarjetas: nos lo concedieron sin problemas. Pagamos todo, pero no cancelamos las tarjetas, así que al tiempo volvimos a entrar en el bucle de la deuda otra vez. Seguimos pidiendo créditos para mudarnos, cambiar de coche, hacer reformas, etc.
De repente, empezaron a surgir problemas por las deudas: llamadas telefónicas, avisos y cartas para cobrar las deudas pendientes. Intentábamos llegar a fin de mes, pero se nos había ido de las manos por completo. La gota que colmó el vaso fue que mi mujer perdió su trabajo. Empezamos a recibir llamadas y cartas de despachos de abogados. Yo no contestaba sus llamadas, lo cual empeoraba la situación. Pensaba que conseguiría solucionar el problema de alguna manera, aunque, muy dentro de mí, sabía que debía hablar con ellos. Estaba asustado.
Afortunadamente, llegó un día en el que empecé a ver las cosas de otra manera. Después de hablar por teléfono con uno de los gestores, entendí que el importe de la deuda podía aumentar significativamente si el asunto iba por la vía judicial y que aún estaba a tiempo de solventarlo. Estaba aterrorizado. Llevaba meses sin responder a las llamadas y ahora necesitaba hablar con ellos urgentemente y solucionarlo de manera amistosa.
En resumidas cuentas, conseguí recuperar el sentido común y resolver mis problemas con los bancos. De hecho, aún no había pagado todas mis deudas, pero al menos conseguí pagar ciertas cuotas con regularidad. La conclusión es que se puede llegar a un acuerdo, siempre y cuando se inicie un diálogo. No se deben evitar las conversaciones, porque por mucho que intentemos huir, siempre nos encontraremos de cara con las consecuencias.
Lo que más he valorado en mi vida es el estado de paz mental y tranquilidad; pero el miedo y la vergüenza que sentía al mostrarme débil ante otras personas me superaba. Tuve que llamar a bastantes empresas de recobro y pronto me di cuenta de que las personas que trabajan ahí son personas normales con problemas y que entienden tu situación.
Mi deuda asciende a varios miles de euros, pero me alegra haber empezado a pagarla. Estoy seguro también de que no crecerá. Es muy importante que entiendas lo siguiente: tú eres el único responsable de tus propios actos. Tú firmaste el contrato y, por tanto, eres tú quien debe gestionar el problema. Aprende a asumir las consecuencias de tus acciones e invierte el dinero con cabeza. Intenta interiorizar que, con perseverancia y determinación, es posible pagar las deudas.